La Vuelta Al Mundo En La Prensa. Así Es Que No Hablemos

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IntroducciónEs t e lib r o, e s c r it o p or m i c ol e ga la s e ñ or a F if í B ig ot e s gr ises, es un trabajo m uy or iginal. El jefe lo pasó a m áquina porque los dedos de la pobre Feef eran demasiadocor tos. Dios sabe que lo intentó, y por poco se car ga lam á q u i n a . A s í e s q u e e l v i e j o l e d a b a a l t e c l a d o p or e l la .¡ L a s p a r t e s h e c ha s p or m í s on m u y b u e n a s !Todo el mundo me conoce, claro. Mi fotografía ha dadola v uelta al mundo en la Prensa. Así es que no hablemosde mí; dejen que les cuente algo de Feef, el jefe y elilustrador.La señora Fifí Bigotesgrises es una vieja (dicho seaclaro) gata siamesa francesa de una raza pura con unpedigree tan largo como el cuello de una jirafa. Se vino av iv i r c o n n o s o t r o s d e s p u é s d e u n a d u r a , d u r í s i m a v i d a .¡Jo!, era un v iejo pelacho cuando la v i por primera v ez.Su pelo erizado como los mechones de una vieja escoba,p e r o l a h e m o s p u l i d o y p u e s t o e n f o r m a ; a h or a l a v i e j aBiddy es inferior tan sólo a mí. Éste es su libro, su obra ys i n o c r e e n q u e u n g a t o s i a m é s p u e d a e s c r i b ir u n l i b r o ,corran (no tienen tiempo de andar) al psiquiatra más próx i m o y d í g a n l e q u e t i e n e n u n a g u j e r o e n l a c a b e z a p or e lque se les escapa el cerebro.El jefe es un genuino lama del Tibet. Ahora es viejo,g o r d o , c a lv o y b a r b u d o , p e r o n o e s n e c e s a r i o a n u n c i a r l econ trompeta. Lean El tercer ojo, El médico de Lhasa eHistoria de Rampa. Son libros verídicos. Si no creen enellos llamen al enterrador más próximo, pues deberán deestar muertos, hombre, muertos. Bueno el pobre tipo (elj e f e , n o e l d e la f u n e r a r ia ) e s c r i b i ó e s t e l i b r o b a j oe l d i c t a d o d e la v i e ja ga t a . ¡ P o r p o c o l e m a t a t a m b i é n !Buttercup hizo la cubierta y las ilustraciones. Butter-9

cup es en realidad Sheelagh M. Rouse, una alta y cimb r e a nt e r ub ia q ue ha b la c o n a c e nt o i nglé s , q ue n o d e ja d easombrar de la noche a la mañana a los canadienses ya m e r ic a nos d e p or a q uí. Ha he c h o u na s il us t r a c ion e s m u ybuenas, pero claro yo le di consejos. Si no entiende ellenguaje gatuno peor para ella. A pesar de todo, trabajómucho y la señora Bigotesgrises está satisf echa con losdibujos. De todos modos es ciega y no puede verlos,¡Deberían ustedes dejar que Buttercup ilustrara su próximo libro!Ma, claro está, es mi Ma. Nos ama, y sin Ma todosnosotros estaríamos ya en la perrera. Este libro estádedicado a ella. Sus antepasados eran escoceses, peronunca lo diría con lo generosamente que reparte lacomida. La vieja gata come como un caballo. Yo comopoquito. Ma nos alimenta a las dos.Bueno, amigos, así es. Ahora a leerlo ustedes solos.¡Ta! ¡Ta!LADY KU'EI

Prólogo«Te has vuelto loca, Feef —dijo el lama—. ¿Quiénva a creer que tú escribiste un libro?» Me sonrió concondescendencia y me acarició debajo de la barbilla delm od o q ue m á s m e gus t a b a , ant e s d e s a lir d e la ha b it a c ió npara algún recado.Yo me senté a deliberar. «¿Por qué no iba a poderyo escribir un libro?», pensé. Es v erdad que soy un gato,pero no un v ulgar gato, ¡oh no!, soy una gata siamesaque ha v iajado y v isto mucho. «¿Visto?» Bueno, claro,ahora estoy completamente ciega y tengo que confiar enel lama y lady Ku'ei para que me expliquen el presenteescenario, pero tengo mis memorias.Claro está que soy v ieja, muy v ieja desde luego, y nopoco enferma, pero ¿no es ésta una buena razón paradejar escritos los hechos de mi v ida, mientras pueda?Aquí está, pues, mi versión sobre la vida con el lamay los chas más felices de mi vida, días de sol después deuna vida de sombras.FIFÍ BIGOTESGRISES

Capítulo primeroL a f u t ur a m a d r e gr i t a b a a p u nt o d e e s t a l la r . « ¡ Q u ie r oun gato! —chillaba—. ¡Un bonito y fuerte gato!» Elruido, dijo la gente, era terrible. Pero, claro, a madrese la conocía por su altísima voz. Ante su persistented e m a nd a , la s m e j or e s ga t e r í a s d e P a r ís f u e r on r e p a s a d a sen busca de un buen gato siamés con el necesariod ig r e e.pe-Cuanto más aguda se v olv ía la v oz de la futuramadre, más se desesperaban las personas mientras seguían la búsqueda incansablemente.Finalmente se encontró un candidato muy presenta ble y él y la futura madre fueron presentados formalmente. De este encuentro, a su debido tiempo, aparecíyo, y sólo a mí se me permitió vivir; mis hermanos yhermanas fueron ahogados.Madre y yo vivíamos con una vieja familia francesaque tenían una espaciosa finca en las afueras de París.El hombre era un diplomático de alto rango que iba a laciudad casi todos los días. A menudo no volvía porla noche y se quedaba con su amante. La mujer, quevivía con nosotras, madame Diplomar era una mujermuy dura, superficial e insatisfecha. Nosotros los gatosno éramos «personas» para ella (como en cambio sí losomos para el lama) sino meros objetos para ser mostrados en los tés.Ma d r e t e n ía un g l or i os o t i p o , c on e l m á s n e gr o d e l osrostros y una recta cola. Había ganado muchos premios.Un día, antes de que yo dejara de mamar, estaba cantando una canción más alto que de costumbre. A madame Diplomar le dio un ataque y llamó al jardinero.«Pierre —gritó--, llévala al lago inmediatamente, nopuedo soportar más el ruido.»13

raporqueavecesyrostr onosotrasayudábamos en el jardín inspeccionando las raíces de lasplantas para ver si crecían, recogió a mi preciosa madre,la metió dentro de un viejo saco de patatas y se alejó enla distancia. Esa noche, sola y atem orizada, lloré hastacaerdorm idaenunfríocobertizodondenopodíaestorbar a madame Diplomat con mis lam entos.Iba dando v ueltas nerviosamente, enfebrecida en m ifría cama hecha con viejos periódicos de París echadossobr e el suelo de cemento. Retortijones de hambre estremecían m i pequeño cuerpo y me preguntaba cóm o ibaa arreglármelas.Cuando los pequeños rayos del alba se colaron condesgana a través de las ventanas cubiertas de telarañasdel cobertizo, me sobresalté al oír el r uido de pesadospasos que subían por el camino. Dudaron ante la puer tay entonces la empujar on y abrieron. «¡Ah! —pensé conalivio—, es sólo madame Albertine, la mujer de limpieza.»Crujiendo y con la r espiración entrecortada, bajó su masiva forma hasta el suelo, metió un gigantesco dedo enun bol de leche caliente y poco a poco m e persuadió par aque bebiera.Durante días m e m oví en el valle del dolor, penandcpor mi madre asesinada, asesinada únicamente por sugloriosa voz. Durante días no sentí el calor del sol, ni m eemocioné ante el sonido de una voz bien amada. Paséhambre y sed y dependía absolutamente de los buenosoficios de madame Albertine. Sin ella me habría m uertode hambre ya que era dem asiado joven para comer iaprendiendo a cuidar de mí misma, pero las durezas de14mis primer os tiempos me dejaron con una constitución

La finca era enorme y a menudo paseaba por ella,alejándome de la gente y de sus patosos y mal dirigidospies. Los árboles eran mis favoritos, me subía a ellosy me estiraba a lo largo de una amistosa rama, tomandoel sol. Los árboles susurraban anunciándome los díasmás felices que m e llegar ían en el oca so de mi vida. Entonces no los entendí pero confié en ellos y siempreretuv e las palabras de los árboles ante mí, incluso enlos momentos más oscuros de mi vida.Una mañana me desperté con extraños deseos, difíciles de definir. Solté un quejido interrogante que desgraciadamente madame Diplomat oyó. «¡Pierre! —gritó—. Busca un gato cualquiera, para empezar ya servirá.» Más tarde durante el día, me cogier on y me metieron bruscamente en un cajón de madera. Antes de quepudiera darme cuenta de la presencia de alguien, unv iejo gato de mal aspecto se subió a mi espalda. Madreno había tenido mucho tiem po de explicarme «los hechosde la v ida», así es que no estaba preparada para lo quesiguió. El viejo y apaleado gato se deslizó sobre mí ysentí un espantoso golpe. Por un momento pensé queu na d e la s p e r s ona s m e ha b í a d a d o u na p a t a d a . S e n t í u ncegante dolor y como si algo se rompiera. Di un gritode agonía y terr or y m e v olv í fier am ente contr a el v iejogato. Salió sangre de una de sus orejas y sus gritos sesumaron a los míos. Como el rayo, la tapadera de lacaja fue retirada y unos ojos asombrados espiaron. Medeslizé fuera, al escapar vi al viejo gato escupiendo yrev olc á nd os e, sa ltar der e c ho a Pierr e q ue ca yó ha c ia a trá s alos pies de madame Diplomat.Corrí a través del césped y me dirigí al refugio deu n a m i s t o s o m a n z a n o. Me e n c a r a m é s ob r e e l a m a b le t r o n co, llegué a uno de sus miembros y me eché a lo largocon la respiración entrecortada. Las hojas susurrabanen la brisa y me acariciaban dulcemente. Las ramas se15

mecían y crujían y despacio me llevaron al sueño delagotamiento.Durante el resto del día y toda la noche estuveechada en la rama, hambrienta, aterrada y enferma, preguntándome por qué los humanos son tan crueles, tans a lv a je s , t a n p oc o c uid a d os o s p or los s e nt im ie nt os d e lo sp e q ue ño s a nim a le s q u e d e p e nd e n a b s o lut a m e nt e d e e l los .La noche era fría y caía una ligera llovizna provenientede París. Estaba empapada y temblando, sin embargome aterrorizaba bajar y buscar refugio.L a f r ía l uz d e l a m a n e c e r d i o p a s o p o c o a p oc o a l gr i sde un día cubierto. Nubes de plomo se deslizaban precipitadamente a través del bajo cielo. De vez en cuandocaían unas gotas de lluvia. Hacia media mañana unafigura familiar apareció a la vista; venía de la casa.Madame Albertine, tambaleándose pesadamente y emit ie nd o s on id os a m is t os o s , s e a c e r c ó a l á r b ol y m ir ó ha c i aar r iba con su m ir ada de cor ta de v ista. La llam é débilmente y alargó su mano hacia mí. «Mi pobre pequeñaFifí, v en a m í corr iendo, que tengo tu com ida.» Me deslizé de espaldas por el tronco. Se arrodilló sobre lahierba junto a mí, acariciándome mientras yo bebía laleche y comía la car ne que había traído. Al terminar m icomida, me restregué contra ella con gratitud, sabiendoque no hablaba mi lengua y yo no hablaba francés(aunque lo comprendía perfectamente). Subiendo a sua nc h o h om b r o m e l le v ó a la c a s a y a s u ha b i t a c i ó n. Mir é am i alr ededor con los ojos abier tos de sor pr esa e inter opiada que sería para estirar las patas. Conmigotodav ía sobre su hombro, madame Albertine se dirigiópesadamente hacia un ancho asiento en la ventana ymiró hacia fuera. «¡Ah! —exclamó suspirando pesadamente—. ¡Qué lástima! Entre tanta belleza, tanta crueldad.» Me subió a su anchísimo regazo y me miró a la16

cara al decir: «Mi pobre preciosa y pequeña Fifí, mad a m e Dip l om a t e s u na m uj e r d ur a y c r u e l. Una a s p ir a nt e ,si la hubo nunca, a subir en la escala social. Para ellano er es más que un juguete para ser m ostrado; para mítú eres una de las pobres criaturas de Dios, pero clarono entenderás lo que te estoy diciendo, gatita». Yo ronroneé para demostrar que sí la entendía y le lamí lasmanos. Me dio unas palmaditas y dijo: «Oh, tantoamor y afecto desperdiciados. Serás una buena madre,pequeña Fifí».Mientras me enroscaba cómodamente en su regazom ir é p or la v e nt a na . La v is t a e r a t a n int e r e s a nt e q ue t uv eque levantarme y pegar la nariz contra el cristal paratener mejor vista. Madame Albertine me sonrió amistosamente al tiempo que jugueteaba con mi cola, pero lav ista ocupaba toda mi atención. Volv iéndose se levantóde golpe y, con las mejillas juntas, observamos. Debajode nosotros los bien cuidados céspedes parecían una lisa alfombra verde bordeada de dignos cipreses. Girando sua vemente hacia la izquierda, el suave gris de la avenidase prolongaba hacia la distante carretera de donde llegaba el sordo ruido del tráfico rodado procedente y endirección hacia la metrópolis. Mi viejo amigo el manzano estaba solitario y erguido junto al pequeño lagoartificial, cuya superficie reflejaba el pesado gris delcielo y brillaba com o el plomo. Al borde del agua, crecíauna cinta de cañas que me recordaba la franja de pelodel viejo cura que venía a ver al «duque», el maridode madame Diplomat. Volv í a mirar el estanque y penséen mi pobre madre que la habían matado allí. «¿Y acuántos otros?», me pregunté.Madame Albertine me miró repentinamente y dijo:«Pero mi pequeña Fifí, si creo que estás llorando. Sí,has vertido una lágrima. Es un mundo muy cruel peque5acruel para todos nosotros». En la distancia se17

v ieron de repente pequeños puntos negros que yo sabíaque eran coches, los cuales entraron en la avenida y \seacercaron a gran velocidad hacia la casa frenando entr euna nube de polvo y un gran rechinar de neumáticos. Lacampana sonó fur iosamente haciendo que se me er izaseel pelo y que mi cola se esponjara. Madame cogió unacosa que yo sabía que se llamaba teléfono y oí la agudavoz de madame Diplomar, agitada: «Albertine, Albertine, ¿por qué no atiendes a tus deberes?». La v oz paróde golpe y madame Albertine suspiró frustrada: «¡Ah!Que la guerra me haya llevado a esto. Ahora trabajodieciséis horas al día por pura pitanza. Tú descansa,p e q ue ña F if í; a q uí t ie n e s u n c a jón d e t ie r r a » , Sus p ir a nd ootra vez volvió a darme unas palmaditas y salió de lahabitación. Oí crujir la escalera bajo su peso, luegosilencio.La terraza de piedra bajo mi ventana estaba llenade gente. Madame Diplomat iba y venía inclinando lac a b e z a s um i s a m e n t e , a s í q ue s u p u s e q u e e r a n p e r s o n a simportantes. Aparecieron, como por arte de magia, mesitas cubiertas de finos manteles blancos (yo usaba periódicos —elPa ri s S o i r—como mantel), y criadas queiban sirv iendo com ida y bebidas en pr ofusión. Me v olvípara enroscarme cuando un pensamiento repentino meh iz o e n d e r e z a r l a c o la c o n a la r m a . Ha b í a o lv id a d o la m á se l e m e n t a l d e la s p r e c a uc i o n e s ; ha b ía o lv i d a d o la p r im e r acosa que mi madre me había enseñado. «Siempre inv estiga una habitación extraña Fifí —había dicho—. Recórrelo todo minuciosamente. Asegúrate de todos loscam inos. Desconfía de lo poco cor r iente, lo inesperado.Nunca descanses hasta conocer la habitación.»Sintiéndome llena de culpa me puse sobre mis pies,h u s m e é e l a i r e y d e c i d í c ó m o p r o c e d e r . T o m a r ía l a p a r e dizquierda pr imero y daría la vuelta. Salté al suelo, mirébajo el asiento18de la ventana husmeando por si había algo

e s p e c ia l, e m p e z a nd o a r e c on oc e r la s it ua c i ón, l os p e ligr o sy las ventajas. El papel de la pared era floreado y gastado. Grandes flor es amarillas sobre un fondo púrpura.Altas sillas escrupulosamente limpias pero con el rojoterciopelo del asiento gastado. Los bajos de las sillas ymesas estaban Impíos y no tenían telarañas. Los gatosven los bajos de las cosas, no solamente lo de encima ylos humanos no reconocerían las cosas desde nuestr opunto de vista.Un alto arm ar io se er igía contra una de las par edes yyo m e moví hacia el centr o de la habitación para estudiar cóm o subirm e a lo más alto. Un r ápido cálculo memostró que podía saltar de una silla a la mesa —¡ohcómo resbalaba!— y llegar a lo alto del armario. Duranteu n r a t o e s t uv e a l l í l a m i é n d om e l a c a r a y l a s or e j a s m i e n tras iba pensando. Casualmente miré detrás mío y porpoco caí alarmada; una gata siamesa me m iraba, evidentemente la había estorbado mientras se lavaba. «Raro— p e n s é — , n o e s p e r a b a e n c o nt r a r a q uí u na ga t a . Ma d a m eA l b e r t i n e d e b í a d e t e n e r l a s e c r e t a m e n t e . L e d ir é " h o l a - . »Me volví hacia ella, y ella al parecer tuvo la misma idea yse volvió hacia mí. Nos miramos con una especie dev entana entre nosotras. «¡Extraordinario! —murmuré—,¿cómo puede ser?» Cautelosamente, anticipando unatrampa, observé alr ededor de la parte tr aser a de la v ent a na . N o ha b ía n a d ie a l l í. C ur i os a m e nt e c a d a m ov im ie nt oque yo hacía ella lo copiaba. Al final caí en la cuenta.Esto era unespejo,un raro artefacto del que mi madrem e había hablado. Ciertamente éste era el pr imer o queyo veía, ya que ésta era mi primera visita dentro de lacasa. Madame Diplomat eramuyparticular y a los gatosno s e le s p e r m it ía es t a r d e ntr o d e la c a sa a m e nos d e q uequisiera mostrarlos. Yo hasta el momento me había escapado de esta indignidad.«De todos modos —me dije a mí misma— debo con-19

tinuar con mi inv estigación.» El espejo puede esperarAl otr o lado de la habitación v i una gr an estr uctura dem e t a l c o n t ir a d or e s d e b r o nc e e n c a d a e s q u i n a y t o d o e lespac io e ntre los t iradores, c ubiertos con un mante l. Rápi d a m e nt e m e d e s l iz é d e l a r m a r i o a l a m e s a , p a t i na nd o u np oc o s obr e e l e nc era d o y sa lté d ir ec ta s obr e la es tr uc t ur ade metal cubierta por un mantel. Aterrizé en el medio yante mi horror la cosa me lanzó al aire. Al volver aaterrizar eché a correr mientras decidía qué hacer.P or unos inst ant e s m e se nt é e n e l c entr o d e la a lf om.bra roja y azul de un dibujo como de «remolinos» queaunque escrupulosamente limpia, había v isto mejores díasen otros lugares. Parecía ser perfecta para estirar laspatas, así es que le di unos suaves estirones y parecíaayudarme a pensar más claramente. ¡Claro! Esa granestructura era una cama. Mi cama cra de viejos periódic os e c ha d os s obr e e l s ue lo d e c em ent o d e un c ob ert iz oMadame Albertine tenía como un viejo mantel echados ob r e una e s p e c i e d e e s t r uc t ur a d e hie r r o. R onr one a nd o d epla cer p or ha b er re s ue lt o e l pr ob lem a, m e d ir igí ha c ia é s t ay e x a m i n é l a p a r t e i n f e r i o r c o n g r a n i n t e r é s . I n mens osmue lles c ub ier t os p or lo q ue obv iam e nt e era una e s p e c i e d et r e m e n d o s a c o r a s ga d o , s o p o r t a b a n l a c a r g a a m ont o na d as ob r e é s t o s . P od ía v e r c la r a m e n t e d o nd e e l p e s a d o c u e r p odemadameAlbertinehabíadestrozadoalgunos de losmuelles que colgaban.Con espíritu de investigación científica tiré de unatela a rayas que colgaba de una esquina al otro ladocerca de la pared. Ante mi increíble horror , salieronplu ma sv olando. «¡Por todos los gatos! —exclam é yo—.Guarda pájaros muertos aquí. No me extraña que seatan enorme, debe comérselos durante la noche.» Unoscuantos rápidos husmeas alrededor y había ya agotadotodas las posibilidades de la cama.Mientras observaba a mi alrededor y me pregun.20

t a b a d ó n d e m i r a r l u e g o , v i u n a p u e r t a a b i e r t a . D i m e d iadocena de pasos y sigilosamente me agaché junto a unposte de la puerta, inclinándome un poco hacia delantepara que un ojo pudiera echar un primer v istazo. A primera v ista el cuadro era tan extraño que no podía comprender lo que estaba v iendo. Algo brillante en el sueloc on un d ib u j o b la n c o y n e gr o. C on t r a u na d e la s p a r e d e suna especie de abrev ader o (sabía lo que er a por que loshabía cerca de los establos), mientras que contra otrapared sobre una plataforma de madera, había la taza dep or c e la na m á s gr a n d e q ue j a m á s ha b r ía p o d i d o im a gi na r .Estaba sobre la platafor ma de m ader a y tenía una tapadera de madera blanca. Mis ojos se iban agrandando ytuv e que sentar me y r ascarm e la or eja der echa m ientrasd e l i b e r a b a . Q u i é n b e b e r í a e n a l g o d e s e m e ja n t e t a m a ñ o ,me preguntaba.En aquel momento oí el ruido de madame Albertinesubiendo las crujientes escaleras. A

somos para el lama) sino meros objetos para ser mos-trados en los tés. Madre tenía un glorioso tipo, con el más negro de los rostros y una recta cola. Había ganado muchos premios. Un día, antes de que yo dejara de mamar, estaba can-tando una canción más alto que de costumbre.

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