12. LAS GUERRAS DE LA HISTORIA - WordPress

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12. LAS GUERRAS DE LA HISTORIAEn un libro titulado ¿Por qué temen la historia las clases dominantes?1Harvey Kaye sostiene que la temen porque es, en última instancia, el relato dela lucha de los hombres y las mujeres por la libertad y la justicia. Me parece, sin embargo, que se equivoca. Las clases dominantes no temen la historia —por el contrario, procuran producir y difundir el tipo de historia que lesconviene, y que no suele ser la que se ocupa de la lucha por la libertad y lajusticia— sino que, en todo caso, temen a los historiadores que no puedenutilizar.Los gobiernos se han preocupado siempre por controlar la producción historiográfica, nombrando cronistas e historiógrafos oficiales —Napoleón controlaba cuidadosamente incluso las representaciones pictóricas de sus batallas— o estableciendo academias, como la que Felipe V fundó en España en1738 y que durante más de doscientos cincuenta años ha pretendido fijar laverdad histórica políticamente correcta (con bastante ineficacia, por cierto).Se han preocupado, sobre todo, por vigilar los contenidos históricos que setransmiten en la enseñanza. Pero, como es lógico, a opciones políticas diferentes les han correspondido versiones distintas en la interpretación del pasado, loque a menudo ha conducido a auténticas «guerras de la historia», como las quesejrodujerpn en J'raj cÁa en el siglo xix entorno a las diversas formas de interpretar la Revolución. Estas guerras, sin embargo, tomaron nueva fuerza en losanos treinta del siglo xx, en los momentos de confrontación del liberalismocon el comunismo y el fascismo, y se agravaron en los años de la guerra fría.Los años treinta fueron, por ejemplo, la época de la quema de libros —ydel exilio de sus autores— en la Alemania nazi y de la condena de los historiadores que se apartaban del dogma establecido en la Rusia estalinista. En España, donde la segunda república significó un paréntesis de enseñanza razonadora, el levantamiento militar de 1936 hizo de la contrarreforma de la escuelay de la universidad uno de sus primeros objetivos, fusilando, depurando y sancionando a los maestros, e imponiendo una educación adoctrinadora en que elpapel fundamental correspondía justamente a una visión conservadora y patriótica de la historia «nacional». Como decían unas instrucciones del Ministe1. Harvey Kaye, Why do ruling classes fear history?,. and other questions, Houndmills, Macmillan, 1996.

258LA HISTORIA DE LOS HOMBRESLAS GUERRAS DE LA HISTORIArio de Educación Nacional de 5 de marzo de 1938: «Nuestra hermosísima historia, nuestra tradición excelsa, proyectadas en el futuro, han de formar la finaurdimbre del ambiente escolar». Esto se haría en una escuela estrechamentevigilada donde los niños rezaban, hacían ejercicios paramilitares y cantabanhimnos patrióticos.2A escala universitaria, la Institución Libre de Enseñanza fue condenada ehistoriadores como Bosch Gimpera o Altamira emprendieron el camino delexilio para no volver jamás. El resultado sería lo que Laín Entralgo calificó ensus memorias como «el atroz desmoche que el exilio y la "depuración" habíancreado en nuestros cuadros universitarios, científicos y literarios». En lo referente a la investigación y la enseñanza de la historia, era necesario vigilarlos.José María Albareda, que sería secretario general del CSIC hasta su muerte,tenía claro que no era bueno ocuparse de cosas demasiado recientes —«Para lainvestigación, la Historia medieval es más historia que la moderna»— y queconvenía, sobre todo, vigilar a los catalanes: «Sigue siendo necesario hacer lahistoria de la Corona de Aragón, plenamente española. Y a mí me parece peligroso desarrollar estos estudios en Barcelona».3En el terreno de los contenidos el franquismo reformaría la visión tradicional con nuevos matices. Se modificaría ahora la interpretación que pretendíaencontrar en la prehistoria una «nación española» identificada con Sagunto,con Numancia o con figuras como Viriato o Indíbü y Mandonio, y que sebasaba en la idea de que habían existido en el espacio peninsular dos pueblos,celtas e íberos, que finalmente se habían fundido «nacionalmente» en los celtíberos. Una arqueología impregnada de racismo nazi, que menospreciaba a losíberos mediterráneos, revalorizaba a los celtas «arios» —olvidándose definitivamente de posibles mestizajes celtibéricos— y llegó a buscar en un vaso antiguo antecedentes del saludo fascista con el brazo en alto, calificándolo de«racial» y asegurando que había surgido en la Península en el siglo primeroantes de Cristo y se había extendido desde aquí por el resto de Europa.4Lo que no cambiaba, sin embargo, era la visión global de una España que,superando sucesivas invasiones, llegaría a su apogeo en el siglo xvi, que iniciaba después una decadencia de tres siglos —Franco aseguraba que desdeFelipe II todo había ido mal, en especial en los años del funesto liberalismo—y que reemprendía su ascenso con el nuevo imperio franquista.5Las cosas cambiaron formalmente con la desaparición del franquismo. ElPSOE, en su etapa de gobierno, se contentó con difundir los valores del patriotismo con la pedagogía de las conmemoraciones. —el «Quinto centenario» del«descubrimiento» de América, el segundo del despotismo ilustrado, etc.—, peroal Partido Popular, al subir al gobierno, le entró el ansia por recuperar los mensajes del nacionalismo más tradicional. La ministra de Educación, EsperanzaAguirre, fracasó en su cruzada por imponer «la verdadera historia de España»—es decir, la que ella creía «verdadera»—, pero el gobierno ha movido despuéstoda la artillería de la Academia de la Historia para dar apoyo a sus reivindicaciones de una interpretación nacionalista ultra, amenazando con establecer unacensura de los libros de texto «autonómicos». El propio ministro del Interior,Mayor Oreja, debelador del nacionalismo vasco, ha llegado a implicar a la Guardia Civil, de manera equívoca pero no inocente, al animarla a «contribuir a lahistoria de España para que no la vuelvan a deformar los que no creen en ella».6Dejando a un lado el caso español, que tiene una cronología propia, condicionada por la anómala supervivencia del franquismo, en la mayor parte delmundo «occidental» las guerras de la historia se agravaron notablemente conmotivo de la guerra fría.2. Bruno Vargas, Rodolfo Llopis (1895-1983) Una biografía política, Barcelona, Planeta,1999, pp. 44-63; Víctor Fuentes, La marcha al pueblo en las letras españolas, 1917-1936, Madrid, Ediciones de la Torre, 1980, etc. Enlazando esta etapa con la anterior, véase Carolyn P. Boyd,Historia patria. Política, historia e identidad nacional en España, 1875-1975, Granada, Pomares, 2000 y «"Madre España": libros de texto y socialización política, 1900-1950», en Historia ypolítica, 1 (abril, 1999), pp. 49-70, He tocado estas cuestiones en la introducción a Enseñar historia con una guerra civil por medio, Barcelona, Crítica, 1999, pp. 7-24. Remito a este texto paralas precisiones bibliográficas, añadiéndole Alejandro Mayordomo, ed., Estudios sobre la políticaeducativa durante el franquismo, Valencia, Universitat, 1999 y Francisco Moreno Sáez, «Educación y cultura en el franquismo» en Roque Moreno Fonseret y Francisco Sevillano Calero,eds., El franquismo. Visiones y balances, Alicante, Universidad de Alicante, 1999, pp. 169-224.3. José Manuel Sánchez Ron en Cincel, martillo y piedra. Historia de la ciencia en España(siglos xixy xx), Madrid, Taurus, 1999, pp. 329-352.4. Gonzalo Ruiz Zapatero, «La distorsión totalitaria: las raíces prehistóricas de la Españafranquista», en Rafael Huertas y Carmen Ortiz, eds., Ciencia y fascismo, Aranjuez, Doce Calles,1997, pp. 147-159. En el mismo volumen hay trabajos interesantes sobre los elementos racistasen la psiquiatría, la medicina social o la antropolgía en tiempos franquistas. También, Almudena259Hernando, Los primeros agricultores de la Península Ibérica. Una historiografía crítica del Neolítico, Madrid, Síntesis, 1999, pp. 112-126. Sobre el saludo fascista "autóctono", José LuisRodríguez Jiménez, Historia de Falange Española de las JONS, Madrid, Alianza, 2000, p. 434.5. Hay un buen número de trabajos interesantes sobre la historiografía franquista, empezando por los de Gonzalo Pasamar, como Historiografía e ideología en la postguerra española.La ruptura de la tradición liberal, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1991 o «Maestros y discípulos: algunas claves de la renovación de la historiografía española en los últimos cincuentaaños», en Pedro Rújula e Ignacio Peiró, eds., La historia local en la España contemporánea, Barcelona, L'Avenc, 1999, pp. 62-79. Los hay también de alcance parcial, como el trabajo de JoséMaría Jover Zamora rebautizado como «El siglo xix en la historiografía española de la época deFranco (1939-1972)» en Historiadores españoles de nuestro siglo, Madrid, Real Academia de laHistoria, 1999, pp. 25-271 (la edición original es de 1976), Eduardo Ferrer Albelda, La Españacartaginesa, Sevilla, Universidad, 1996 o los reunidos en José Andrés-Gallego, ed., Historia dela historiografía española, Madrid, Encuentro, 1999. Sobre los libros de texto son de un interésespecial los trabajos de Rafael Valls, La interpretación de la historia de España y sus orígenesideológicos en el bachillerato franquista (¡938-1953), Valencia, ICE, 1983, «La historiografíaescolar española en la época contemporánea», en C. Forcadell e I. Peiró, La historia de la historiografía contemporánea en España, Zaragoza, 1999. También José Antonio Álvarez Oses, et al.,La guerra que aprendieron los españoles, Madrid, Los libros de la catarata, 2000.6. Sobre el proyecto de reforma de Esperanza Aguirre y su rechazo, J. M. Ortiz de Orruño,ed., Historia y sistema educativo, Madrid, Marcial Pons, 1998; el discurso de Mayor en «La Vanguardia», 14 de mayo de 1999, p. 20. En junio del 2000 se produjo el debate en torno al «Informesobre los libros de texto y cursos de historia en los centros de enseñanza media» de la Academiade la Historia.

260Hl¿HM (ffíMf.LA HISTORIA DE LOS HOMBREStingótefJOSfConocemos bien el caso de los Jstados Unidosjonde el conflicto en el terrenode la enseñanza de la historia se había manifestado ya en los años treinta, cuandolos libros de texto de historia americana que no fuesen de un patrioterismoconservador eran denunciados, prohibidos o quemados.7 Como decían las«Daughters of the Colonial Wars» era intolerable que se quisiera «dar al niñoun punto de vista objetivo, en lugar de enseñarle americanismo real (.): "mipaís con razón o sin ella". Este es el punto de vista que queremos que adoptennuestros hijos. No podemos permitir que se les enseñe a ser objetivos y a quese formen ellos mismos sus opiniones». A principios de los años cuarenta laNational Association of Manufacturers tenía 6.840 «centinelas locales dedicados a mantener limpia la enseñanza del peligro que representaba el ascenso delcolectivismo».8Todo esto empalideció ante lo que ocurriría después de la Segunda GuerraMundial, al estallar la «guerra fría», que tuvo como consecuencia que se promoviesen alternativas al marxismo en «Occidente», y contribuyó, por reacción, a consolidar la fosilización dogmática de los países del llamado «socialismo real». En los Estados Unidos los valores del relativismo que habíandefendido los historiadores progresistas como Beard y Becker fueron atacadosde manera furibunda. Había que volver al mito de «la objetividad» y transmitiraquella parte de los viejos valores morales que parecía adecuada para los nuevos tiempos. Nunca ha habido una asociación tan estrecha entre los historiadores y el poder como la que se estableció en estos años. Historiadores académicos de prestigio trabajaron para el gobierno —algunos en cargos importantescomo Schlesinger, Kennan o Rostow—, primero en la OSS, después en laCÍA, en el Departamento de Estado o en instituciones controladas por éstos.La desclasificación de documentos oficiales ha permitido descubrir hastaqué punto la evolución de las ciencias sociales en los Estados Unidos durantelos años de la guerra fría estuvo condicionada por la financiación concedidapor el departamento de Defensa, por la CÍA y por algunas fundaciones conservadoras, de manera que se ha podido llegar a escribir que «contra lo que sepiensa habitualmente, la ofensiva ideológica ha sido tan importante para la estrategia de la seguridad nacional de los Estados Unidos desde 1945 como labomba atómica».97. La pugna de la Norteamérica profunda contra una enseñanza progresista se había manifestado ya en el «monkey trial» de 1925, cuando Johnny Scopes, un profesor deTennessee que seatrevió a desafiar la prohibición de enseñar el evolucionismo, fue procesado en Dayton (EdwardJ. Larson, Summerfor the gods. The Scopes trial and America s conlinuing debate over scienceand religión, Nueva York, Basic Books, 1997). La ley que prohibía enseñar la evolución se mantuvo en Tennessee hasta 1967, y todavía hoy, cuando incluso el Vaticano ha aceptado a Darwin,hay un movimiento que pretende que en las universidades norteamericanas se enseñen en pie deigualdad, como dos doctrinas científicas igualmente válidas, el evolucionismo y el creacionismo.8. Gary B. Nash, Charlotte Crabtree and Rose E. Dunn, History on tria!. Culture wars andthe teaching ofthepast, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1997, pp. 44-45.9. Christopher Simpson, ed., Universiiies and empire. The Cold war and the productionof knowledge, Nueva York, The New Press, 1998, p. XV11. Sobre esto véase también NoamLAS GUERRAS DE LA HISTORIA261En centros de estudio financiados por las instituciones del gobierno, comoel CEÑÍS del Massachusets Institute of Technology, investigadores como Clifford Geertz trabajaban al lado de «halcones» como Walt Rostow —que dabatambién clases sobre fundamentos de contrainsurgencia en la escuela de guerradel ejército norteamericano en Fort Bragg—I0 o de hombres que han sido calificados como «terroristas profesionales», como Lucien Pye, inspirador de laestúpida masacre que significó la eliminación del régimen neutralista de Sukarno en Indonesia, con un coste de centenares de miles de vidas humanas. Enesta nómina habría que incluir también a liberales supuestamente independientes como Isaiah Berlín, que colaboraba con políticos como Bundy, Alsop yBohlen, animándoles a proseguir la guerra de Vietnam, y que recibió, en compensación, cantidades importantes de dinero de la Fundación Ford para elWolfson College de Oxford, en el que estaba implicado personalmente."A los historiadores les tocaba ahora no solamente defender los valores sociales establecidos, que era la función que habían realizado tradicional mente,sino abrir la sociedad norteamericana al nuevo papel de protagonista en laescena mundial que había asumido su país, tradicionalmente aislacionista,introduciendo cursos de «civilización occidental» en la universidad o inventando una «revolución atlántica» que enlazaba las historias de América delNorte y de la Europa occidental (anunciando de algún modo la OTAN). También era necesario impulsar estudios sobre Asia o sobre Rusia para atender lasnecesidades de información del gobierno (será un historiador como Kennanquien, basándose en su conocimiento histórico, marcará las grandes líneasde la política norteamericana hacia la URSS). El caso más evidente de estaconexión entre historia y política es posiblemente el de los sovietólogos o kremlinólogos, como se los llamaba, un campo que tuvo un crecimiento espectacular después del lanzamiento del primer satélite soviético, gracias a las ayudasque se destinaron a investigar la historia rusa, pero que estaba sometido a controles estrictos: el Centro de Investigación Rusa de la Universidad de Harvard,por ejemplo, tenía un convenio con el FBI, que obligaba a que los autores quepublicasen en la revista Problemas del comunismo fuesen investigados personalmente, por razones de seguridad. La doble función de los investigadores eneste campo se puede ver en casos como el de Richard Pipes, profesor eméritode historia rusa en Harvard, autor de obras generales sobre la revolución rusa yChomsky el al, The Cold war and the university: Towards an intellectual history ofíhe postwaryears, Nueva York, The New Press, 1997; Francés Stonor Saunders, Whopaid the piper? The CIAand the cultural cola war, Londres, Granta Books, 1999.10. Rostow, como asesor de los presidentes Kennedy y, sobre todo, Johnson, se hizo directamente responsable de muchos miles de muertes por sus erróneas previsiones que influyeron parala escalada en la guerra del Vietnam (Christopher Andrew, For the president 's eyes only. Secretintelligence and the American presidency from Washington to Bush, Londres, Harper Collins,1995, pp. 337-340). Rostow nos ha dejado sus memorias políticas, adecuadamente maquilladas,con el título de La difusión del poder, 1957-1972, Barcelona, Dopesa, 1973.11. Christopher Hitchens, «Moderation or death», en London Review of Books, 26 noviembre 1998, pp. 3-11.

262LA HISTORIA DE LOS HOMBRESde publicaciones de documentos como The unknown Lenin, que asociaba estaactividad de historiador con la de director de asuntos soviéticos y de la Europadel este del National Security Council y que fue uno de los inspiradores dela nueva guerra fría de Reagan. Al hundirse la Unión Soviética, un Pipesque parece irritado porque se ha quedado sin enemigo a combatir, se dedica areemplazarlo por el estado del bienestar, manifestando su miedo ante el hechoque «aunque la santidad de la propiedad ya no está amenazada por la hostilidad directa de comunistas y socialistas, puede ser minada por el estado delbienestar».12El clima de la guerra fría explica también la importancia que alcanzaron enlos Estados Unidos los cultivadores de la llamada «sociología histórica», queusaban modelos sociológicos esquemáticos para interpretar los hechos Históricos —lo que no excluía que acompañasen estos planteamientos teóricos simplistas con un trabajo de búsqueda factual de una considerable importancia—,y que han dedicado la mayor parte de sus investigaciones a un tipo de estudiossobre el conflicto social que estaban claramente destinados a enseñar a evitarloo, al menos, a contenerlo. Se explica así que buena parte de las obras que publicaron tuvieran como objeto central la revuelta y la revolución, como se puedever en los casos de Barrington Moore, jr. (The social origins ofdemocracy anddictatorship, 1967; Injustice: the social bases ofobedience and revolt, 1978),de Charles Tilly (From mobilization to revolution, 1967; The contentiousFrench, 1986; Las revoluciones europeas, 1993; Popular contention in GreatBritain, 1758—1834, 1995, etc.) o de Theda Skocpol (States and social revolution, 1979; Social revolutions in the modern \vorld, 1994), para poner unospocos ejemplos representativos.13Trabajo erudito de compilación de datos y generalización abusiva se hallanconjuntamente en una obra como la de Charles Tilly. Mientras un libro comoLas revoluciones europeas es una visión general que contiene numerosos errores factuales, obras de tema monográfico, como Popular contention in GreatBritain, se basan en un trabajo en equipo —realizado gracias a haber contadocon una financiación considerable, que incluye dieciocho años de apoyo de laNational Science Foundation norteamericana. Tilly ha querido analizar en estetrabajo las movilizaciones de masas que se producen en Inglaterra desde mediados del siglo xvín hasta 1834 —unos movimientos que habían sido objeto,12. Alan Ryan, «Please fence me in» (reseñando el libro de Pipes Property and freedom,Nueva York, Knopf, 1999) en New York Review of Books, 23 septiembre 1999, p. 68. El libromencionado anteriormente era Richard Pipes, ed., The unknown Lenin. From the secret archive,Yale University Press, 1996, donde Lenin es acusado de ser un espía de los alemanes sin nuevasevidencias satisfactorias.13. Craig Calhoun, «The rise and domesticaron ofhistorical sociology», enT. J. McDonald,ed., The historie turn in the human sciences, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1996,pp

anos treinta del siglo xx, en los momentos de confrontación del liberalismo con el comunismo y el fascismo, y se agravaron en los años de la guerra fría. Los años treinta fueron, por ejemplo, la época de la quema de libros —y del exilio de sus autores— en la Alemani a nazi y de la condena de los historia-

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