Programa Editorial De Chihuahua

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Ojo de brujaELÍ ISAÍ LOYA

María Eugenia Campos GalvánPresidenta MunicipalRebeca Alejandra Enríquez GutiérrezDirectora del Instituto de Cultura del MunicipioMaría Mercedes Macuitl RamírezCoordinadora de Fomento a la Lectura y Programa EditorialRamón Alejandro Carrillo MercadoPrograma Editorial/CreaturaEstudioDiseño y maquetaciónSusana Cristina Perea OchoaCorrección y estiloAdrian SeratoArte de portadaD.R. Instituto de Cultura del MunicipioCoordinación de Fomento a la Lectura yPrograma Editorial MunicipalAv. Teófilo Borunda Norte # 1617Chihuahua, Chih. C.P. 31000PRIMERA EDICIÓNAÑO 2018

PRESENTACIÓNLa escritura es el vehículo por excelencia para la preservación ytransmisión de una cultura. En ella han quedado plasmadastradiciones antiguas, estilos de vida, concepciones delmundo y de la propia humanidad que han cruzado el umbral delos siglos para llegar hasta nuestros días, e incluso influir en nuestradinámica social y política. En palabras del gran Jorge Luis Borges:“De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sinduda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. (.) El libroes una extensión de la memoria y la imaginación”. Por eso, fomentarla lectura y la escritura chihuahuense, significa hacer trascender loque somos, lo que pensamos y lo que vivimos como comunidad.El Gobierno Municipal de Chihuahua se alegra de sumarse aesta tarea tan noble, a través del Programa Editorial del Institutode Cultura del Municipio, que aquí presentamos en su edición2018. Felicitamos y agradecemos a las personas que atendieron estaconvocatoria, porque con sus letras nos ayudan a mostrar el talentoliterario de nuestra tierra, que a lo largo de los años se ha ganado unlugar en el escenario nacional e internacional.A todos los lectores, deseamos que junto al goce que proviene deuna buena lectura llegue el conocimiento una nueva experiencia, yque todo ello nos permita mejorar como seres humanos, para seguirconstruyendo juntos un Chihuahua mejor para todos.María Eugenia Campos GalvánPresidenta Municipal

Cuanto más capaz es uno de nombrar lo que vive,más apto será para vivirlo y para transformarlo.Michele Petit.Leer es ver la realidad desde otros ojos, acceder a otras memoriasy otras visiones que nos permiten interpretar de diversas maneras,e interactuar con los otros, alimentando la comunicación humana.La lectura está presente en nuestro desarrollo, desde el individualhasta el social. Fomentar la lectura, además, incentiva la escritura,dándole rostro a un tiempo y a un lugar.Por medio de la escritura descubrimos los cambios del lenguaje,con ello los sociales y culturales. La escritura nos muestra los pensamientos sobresalientes, de hombre y mujeres, que saltan a la vistade quien lee con las ganas de compartir palabra y cultura. Así, pues,los libros que presentamos, en sus colecciones Nakarowari y Voces demi ciudad: mi barrio , se convierten en voz viva, dando rostro a nuestraciudad. El aliento que contiene la palabra, de las y los escritores quepublicamos, se cultiva en la estética, la belleza y el conocimiento.Enhorabuena.Lic. Rebeca Alejandra Enríquez GutiérrezDirectora del Instituto de Cultura del Municipio

PRÓLOGOOjo de bruja recoge siete cuentos y una novela corta que bastanpara ubicar a Elí Balcázar como uno más entre los talentososcuentistas jóvenes mexicanos, en estas áridas tierras llenasa su vez de potentes imaginarios y voces extraordinarias. Balcázarconjuga dos elementos constantes en el arte emanado y expresión deestas tierras, y no por ello menos hispano-mexicanas o universales,que pueden parecer antagónicos o, cuando menos, paradójicos,la sencillez y el barroquismo, y que son así mismo reconociblesen artistas plásticos tan grandes y distintos como Luis Aragón yBenjamín Domínguez. Esto por solo mencionar dos de los valoresen la poética de este joven cuentista.De lo que más disfruto de este libro es el lenguaje. Una y otravez, enraizado en la propia niñez y en su tierra, en el habla de estaciudad y sus realidades sociales, Elí recrea el lenguaje o lo tomaya creado pero lo engarza, como joyero o miniaturista, para sumayor lucimiento. Es un lenguaje que yo nunca tendré, porque mefaltan tanto la comunidad originaria de identidad, como el oído.Me atrevo a decir que es un lenguaje que tiene sensibilidad poética,pero afortunadamente nunca deja de ser prosa: dicho de otro modo,se reconoce como lo que es, y cuando toma vuelo lo hace a la vezsin perder piso o quedar mal parado. Es un lenguaje que, aparte,nos levanta y resucita ante lo sórdido que nos permea, y no lo hacea modo de escapismo, sino de gracia. Permítanme compartir aquíunos cuantos ejemplos. La muerte como “hocico que se acercairremediablemente para tragarlo todo”, del cuento “La plaza”. Del11

amor infantil, o posiblemente a cualquier edad: “Mientras tantopadecería en su honor las ganas infinitas de acercarme a ella”. De lasoledad cuando niño: “Me encerré en casa, y tumbado en la camalloré por lo injusta que es la vida, y porque a esa hora en el ranchodebían estar comiendo unos deliciosos elotes cocidos o nadando enel río” o “Yo con mueca y sin mirarlo me metí al baño y me tardé lomás que pude. De todas maneras me daba igual”. Las tres citas sontomadas del cuento “Las Tortugas Ninja huelen a ajonjolí”. Ahoraque escribo esto, recuerdo a unos de mis favoritos cuentistas cuandoadolescente: J. D. Salinger, en especial su A Perfect day for Bananafish,con ese pathos de la niñez y primera adolescencia, a años luz, perocodeándose con el mundo de las personas adultas, aunque existanincluso ahí, incluso entonces, los adultos que no han perdido el nexo.La calidad en la niñez de hacer un banquete de la miscelánea delas despensas caseras o de la tiendita de la esquina, una aventura dela caminata a las veredas justo al borde de la colonia, que se pierdeen buena medida ya adultos. Pero también la melancolía de: “Lafábrica de mezclilla cerraba sus puertas para siempre, por vez última,y en el cerro Colorado un árbol se mecía sin ver visto por nadie”,así mismo del cuento “La plaza”. Es inteligente la voz narrativa,consciente de sí misma, con sentido del humor e ironía doliente:“Mis padres se quedarían un par de semanas en mi. me gustaríadecir departamento, para dar una idea de libertad y amplitud,pero prefiero la ironía de decir que mis padres se quedarían un parde semanas en mi casa de Infonavit Casas Grandes, bastante másestrecha y solitaria que un departamento de estudiante. [ ] A versi en la tarde me llevas al “ésmar”, para traer algo de mandado. Me dijo mimadre mientras terminaba mi desayuno para ir al trabajo. “Para losdías que vamos a estar aquí”, del cuento “Martes de frutas y verduras”.12

Me dejo sorprender por estos bellos hallazgos y aciertos, sin que porello desmerezca el texto que los rodea, ya que el deslumbramientoes general. Lo anterior no significa que no tenga cuentos que megustan más que otros, pero le toca a cada lector o lectora escogersus preferidos, que aparte pueden cambiar en lecturas posteriores.Se nota en la obra de Elí la sofisticación y malicia literaria, sobretodo con respeto a los géneros, de un muy buen lector. Me esdifícil creer que existe escritor alguno que valga la pena que no hadedicado horas, días, a la lectura, meses enteros en la acumulaciónde horas, sobre todo en la niñez, adolescencia y juventud. En lopersonal me es inconcebible la vida sin la lectura, sobre todo intensay a esas edades. Me sorprende que otras personas no vivan estanecesidad, que no haya sido parte de la formación de quienes son,pero lo digo sin juicio, como queriendo compartir un bien, ya queme es claro el misterio del otro y de lo que lo ha formado y nutrido.Mi experiencia, sobre todo en los talleres en Chihuahua, es la granriqueza oral (lo cual resulta irónico tratándose de un pueblo sobretodo recio y lacónico) y la cercanía que guarda esta con el textoliterario. De modo parecido al desierto o a la sierra, son paisajes yrealidades duras y reservadas, pero que por momentos se manifiestanmaravillosamente, con cromaticidades, distancias y silencios, comosi nos abrieran una puerta a otra realidad. ¿Qué podemos esperar siel lenguaje y la belleza (aun cuando terrible) no nos salvan? Me veoforzado a agregar, ya que no soy esteta, que como buen medievalconsidero al lenguaje y a la belleza como sitios primordiales de Dios.Ojo de bruja, desde su título, nos advierte sobre qué esperar. Primero,es asunto de umbral; segundo, es asunto de visión, de videncia, inclusocercano a lo esotérico, más como lecturas, como historias dentro dela historia, y en esto se acerca a la literatura fantástica y a los cuentos13

de hada e infantiles —más que a la fábula— que como vivencia oideología. Hay algo de siniestro en el título, algo de misterio, y algode lo que la vida como niños incluye de ambos. ¿Por qué umbral? Loque este libro de cuentos tiene de breve lo tiene de variado, de sencillolo tiene de denso, pero todo es asunto de umbrales: sea historias dela niñez (que no es lo mismo que la literatura infantil, sino la visióndesde el adulto de lo que vivió como niño, lo cual podría bien ser otramanera de entender la anamnesis platónica), sea historias fantásticas(que incluye quizá el mejor cuento que he leído sobre el tema deldoble), sea historias de violencia (no sé si ineludibles en cualquierliteratura, pero por lo pronto sí en nuestra propia literatura, dadanuestra realidad que no solo es asunto de infierno interno, sino de malgobierno, injusticia social y violencia exacerbada entre nosotros, conla esperanza de que no nos encontramos frente a lo que pareciera unacondena), sea en la breve novela que le da título al libro (social, porcomunitaria; lírica, como elogio a una amiga en común muy queriday de reciente fallecimiento; fantástica por su modo de entender losdones y la realidad espiritual). ¿Umbrales entendidos cómo? Comolos momentos —incluso más, los espacios— entre la vida y la muerte;los estados alterados, como el desdoblamiento o mundo onírico, omás prosaicos o aparentemente a la mano, como el sueño, el sexo, elalcohol, la nicotina, el estado de vigilia, la noche, la ciudad dormida.Lo anterior es parte de la vocación artística, la atención, sobre todoa lo sensorial, pero también del caminante, de quien deambula porsu propio ser y psique, que descubre espacios, criaturas y oloresinsospechados de la ciudad, como un naranjo florido en una casaabandonada o lote baldío.Me alegra que varios de mis talleristas están viendo publicada suobra, seguido con muchos esfuerzos y años de insistencia de por14

medio. Felicito de todo corazón a cualquier instituto que le apuestea apoyar la obra de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, literatos, yartistas en general, como la ha hecho el ICM en esta colección tanbella en su manufactura como valiosa en su labor de difusión. Lainteligencia, la creatividad y, ¿por qué no?, la bondad, dan frutosincalculables.Dr. Roberto L. Ransom Carty15

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Ojo de brujaE L Í I S A Í LOYA17

Tesoro en el Cerro GrandeEra sábado. Lo recuerdo muy bien porque en aquel entonces melevantaba antes de las siete de la mañana para ver los Caballerosdel Zodiaco.“De prisa, caballeros atenienses, ábranse camino entre las doce casas y salvena Atena, quien fue herida por una flecha maligna. Ikki, quien había estadocurando las heridas de su armadura en el volcán de la isla de la Reina Muerte,regresa con más fuerza que nunca Hoy presentamos ”“¡Agustíiiin, ve a levantar a tus hermanos! ¡Iremos a subir el cerro!”.Gritó mi madre desde la cocina, en el instante justo en que aquellavoz, tan querida por mí, decía el título de ese capítulo, mientras en lapantalla aparecía un par de caracteres japoneses anaranjados. “Voy.”,dije, renegando en silencio sin levantarme de mi asiento.El Cerro Grande siempre estuvo cubierto de misterio. Despuésde la última calle de la colonia, empezaba un amplio llano repletode picapica; matorrales de gramíneas que recolectábamos parapegárnoslas en la ropa; gordolobo, quelite y toritos que quedabanen las suelas de los zapatos. Luego del llano había dos campos defutbol de tierra, donde venían de otros barrios a jugar los domingos.Luego de los campos de “fut”, brillaba una laguna que en verano sellenaba de renacuajos; ahí se ahogó Rosendo.A pocos pasos de la laguna se levantaba un humo negro de laschimeneas de las ladrilleras, que eran como el confín que señalabaestar ya muy lejos de casa. Traspasando las ladrilleras se abría unbarranco por donde corría un arroyo de agua color cobre en épocasde lluvia. Entonces, lo único que nos separaba de la falda del cerroera el periférico R. Almada.Por las noches, desde el último poste de luz, los vecinos contaban18

que en las tinieblas del llano se escondía la onza, y que si los máschicos nos quedábamos hasta muy tarde vendría por nosotros. Yonunca supe qué era exactamente la onza, pero intuía que era algoterrible. También decían que en el Cerro, el Babis mató de unapedrada a un muchacho de la San Jorge, y que por eso estaba enla Peni. Y que cuando se escapó de la cárcel un tal Palafox, vino aesconderse por un tiempo en alguno de sus agujeros secretos.Un tiempo se dijo que el Cerro tenía una vena de mar, y que encualquier momento explotaría arrasando con todas las colonias desu alrededor. Algunas personas se cambiaron de casa, otras pocastuvieron durante mucho tiempo una o dos lanchas en sus techos,previendo la catástrofe. Yo algunas noches le reclamé a Dios por lavena de mar; aún no vivía lo suficiente.A mis hermanos se les ocurrió una idea: en cuanto terminó micaricatura favorita salimos a invitar a Flor, a Iván, Pelón y Peblis,a Maritoña, al Golón, a Lalo, César y Lluvia, a Omar, a Chumely Aurelio, y al Fernando. Pronto juntamos pan, frutas, café,agua, galletas, salchicha, queso, aguacate y chiles en lata, y nosencaminamos hacia las ladrilleras.Mi padre, que cargaba una sandía de la manera en que a veces serepresenta la constelación de acuario, nos condujo por veredas y atajosllenos de chapulines y pedazos de vidrio que refractaban la luz del sol delas diez de la mañana. “Hace mucho, cuando estaba más joven, subí elcerro grande la gente decía que había muchos tesoros enterrados pues no me van a creer, pero descubrí un ojo de agua ”.Escuchar hablar a los adultos se había vuelto una mezcla entreno interrumpirlos por respeto, e ignorarlos como una manera dehacerles creer que les poníamos atención. Mientras mi padre hablabasin dejar de caminar y hacer punta, algunos juntaban jarillas para19

hacer papalotes, otros se abstraían mirando el suelo como buscandoalgo que no sabían bien qué, pero se entusiasmaban; y otros, sedesentendían francamente hablando sobre cualquier cosa que lesviniera en gana.“Hay varios ojos de agua en el cerro, y el que encontré yo, estabaseco. Pero no escarbé, quién sabe si habrá tenido tesoro o no.” Paranosotros, subir el cerro era algo habitual, una costumbre que quizános había heredado mi abuelo materno, que solía llevar en susexcursiones una máquina para detectar metal.Entre pequeños descansos y pláticas sobre cualquier cosa, prontoconquistamos la cumbre del cerro, y entre hormigas, avispas yarañas, mi madre ordenó que se dispusiera el almuerzo. Cada quiensacó su botín, y nadie se quedó sin probar el bocado del otro. Sereservó la sandía para el postre, y una vez recuperadas las fuerzas,todos se dispersaron para explorar las tres puntas del cerro.Aunque cada uno de los que íbamos en esa expedición tenía yacierta experiencia subiendo el cerro, nadie se había aventurado adescender su espalda, y aunque todos conocíamos la leyenda de quedel otro lado los ricos tiraban su basura y que quien bajara hastaallá seguro encontraría juguetes y electrodomésticos “en excelenteestado”, ninguno de nosotros hablaba nunca al respecto, era un temaque se había quedado donde uno debe juntar los mitos y los deseos.Desde el momento en que terminamos de almorzar, mi madrese colocó en un punto estratégico, desde donde vigilaba todoslos movimientos de cada uno de nosotros, especialmente de mihermano, que tenía la facultad de hacer huir a todas las niñeras bienintencionadas que contrataban para que nos cuidaran mientras mispadres trabajaban.¿Has tenido esa sensación de ineludible comezón en el culo20

mientras estás en una situación en la que no está permitido,bajo ninguna circunstancia, que te rasques? Pues algo así era mihermano. Y mi madre, cuando lo descubría agarrándole el traseroa alguna vecinita, como sin darse cuenta, le gritaba desde su torre“¡José Alfredo!”, como cuando Zeus, desde el Olimpo, lanzaba unrayo para detener las fechorías de un delincuente terrenal.Debajo de ese cielo, completamente azul, y al incontenible pasode las horas, fue que mi padre rompió el encanto de jugar a lasescondidas a medio kilómetro del suelo y nos condenó a tomar elcamino de regreso. Pero era temprano, y la vida era un ascensoinfinito, así que a alguien se le ocurrió proponer: “Don Alfredo ¿y se acuerda cómo llegar a ese ojo de agua? Podríamos escarbar aver si encontramos el tesoro.”Mi padre contestó que podíamos ver, y nos llevó por un caminodistinto al que nos había servido para subir, como haciéndose menso,deteniéndose a veces como buscando algo. Ya en mitad del descenso,y, nunca supe si por casualidad, mi padre anunció con euforia quehabíamos llegado al ojo de agua, y todos nos acercamos a presenciarlo.Era un agujero que no tenía nada de extraordinario, pero rápidose propagó entre nosotros el júbilo por haber dado con algo que noteníamos idea de qué era ni qué podría guardar, pero que era nuestro.De manera natural, nos poseyó un espíritu de colaboración yentendimiento colectivo, y sin mediar palabra, se ataron cintos,chamarras y bolsas de plástico para improvisar una cuerda y descender.Mi padre, mi madre y los más grandes, fueron los primeros enbajar. Mi padre exploró el lugar como queriendo reconocerlo, ydespués de unos instantes de meditación, sacó de su chaleco uncuchillo y empezó a escarbar en la tierra con toda la pacienciadel mundo, deteniéndose a veces para pensar, con el dedo índice21

izquierdo en la nariz y cambiándose de lugar.Ante nuestros ojos maravillados, monedas de plata fueron saliendode entre la tierra removida, y mi padre, sereno pero feliz, le decíaa mi madre “agárralas, Gorda”, y ella las iba echando en su bolsocon una sonrisa que parecía que subía por encima del cerro, comocuando amanece.Al instante todos quisimos bajar. No faltó quien dijera, sin esperara ser correspondido “Don Alfredo, le ayudamos”, arrancando ramassecas y usando como cuchillas cualquier cosa encontrada alrededor.El Golón, desde la boca de la cueva, suplicaba golpeando el suelocon los puños que lo dejaran bajar.Todos los que bajaron escarbaron con entusiasmo y avaricia, concucharas, con pedazos de palo, con las manos, pero por más empeñoque pusieran, nadie daba con ninguna moneda, excepto mis papás,que para entonces ya habían juntado unas treinta.Después de mucho anhelo, y mucho sudor, la caída de la tarde nosregresó del sueño, y pese a las quejas de quienes todavía tenían laesperanza de encontrarse con algo, tuvimos que regresar al caminode vuelta a la colonia. Mi padre, como un rey magnánimo salido dela montaña de algún cuento, nos juntó a todos alrededor suyo, y acada quien le regaló una moneda de plata.Volvimos a nuestro mundo de calles sin pavimento y vecinos alviento silencioso del anochecer. Cada quien se fue a su casa. Laoscuridad se hizo en nuestro patio: el sol se había caído en algúnagujero. Y entonces, mientras nos disponíamos a cenar viendo latele, tocaron a la puerta. Tan tan. Como en complicidad, nadie fue aabrir ni dijo nada. Tan tan.Al fin, mi madre se levantó de su asiento y fue a ver quién tocaba.Desde donde cenábamos, escuchamos sus pasos que volvían.22

-Alfredo, te buscan.-¿Quién?Mi padre se puso el pantalón y fue hasta la puerta. Eran donMemo, don Silverio, don Toño y don Juanito equipados con sogas,picos, palas, bicicletas, linternas, comida y casas de campaña -Don Alfredo, nos platicaron los muchachos sobre lo que pasó enel cerro, y queremos que nos lleve.Mi padre les explicó que se dedicaba a coleccionar, vender,comprar, rifar e intercambiar monedas de plata; fue por un puñadode ellas a su cuarto y regresó a mostrárselas.-Mi esposa y yo les quisimos jugar una broma a los muchachos.Los vecinos no se dejaron persuadir.-Mire, no hay problema, el tesoro es suyo, pero queremos ayudarlea desenterrarlo.Mi padre se rascaba la cabeza mientras se sinceraba.-Miren, la verdad, las monedas no son mías, mías, yo trabajo en laAntigua Paz, ahí las trabajo, ¿me entienden? Nomás que me ha idobien últimamente, y les quise regalar una a sus muchachos.Ante la insistencia y la negación, y ante el hecho de que de todasmaneras no iban a poder obligar a mi padre a llevarlos al sitio deltesoro, los vecinos cedieron y se retiraron en la negrura de un sábadoque a todos nos ocultaba.Pasaron los días, las semanas, y al cabo de dos meses, mi padrecompró una casa con el modesto ahorro que durante toda su vidade profesor había juntado. Como esas cosas inexplicables que pasanen la vida sin que nadie pregunte ni conteste, nos mudamos a lanueva colonia, justo en frente del cerro de Nombre de Dios, dondese contaba, que era rico en uranio, y que era bien sabido por todoslos vecinos, era rondado por acuciosas naves extraterrestres.23

Las Tortugas Ninja huelen a ajonjolíEl verano significaba libertad. Una libertad auspiciada en lacomodidad y contención familiar. Como todos los años, la casade los abuelos maternos se llenaría de primos, y después del gozoefusivo del rencuentro, una fila de coches repletos se encaminaría ala casa de alguno de los tíos.En mi calle, las cosas se sucedían también de forma más o menosanticipada: doña Romana recibiría a sus nietos de Sonora, quecomían tortías y salían descalzos al pórtico amarío; Brisia, hosca yorgullosa, exhibiría las camionetas de sus hijos que venían del otrolado, y Fidelito, el pocho, nos enseñaría majaderías mientras nosinvitaba a tronar cuetes. Con suerte, a mi domicilio llegarían misprimos de Ciudad Juárez con dulces Brach’s y monitos de segunda;y con Bety llegarían Claudia, Paty y Rocío.A los diez años, uno puede estar profundamente enamorado dealguien y trasladar su amor a cualquier niña que llega en los díasde calor. A mí siempre me gustó Claudia, pero estas vacaciones, suprima Rocío me pareció más bella de lo que recordaba.En cuanto a mí, cada año me enfrentaba al pavor de amanecermojado en cama ajena, y aunque era algo que todos conocían,me aterraba pensar que mis primos me vieran lavar las sábanas oque escucharan a los adultos indagar sobre mi enuresis nocturnamientras le sugerían remedios a mi madre.El verano anterior no fue tan malo en Camargo, solo quebré unperfume que mi tía Mónica tenía en el baño general como si fuerauna trampa para ratones: lo saqué con curiosidad para disfrutarsu aroma, y como si estuviera escrito, se me escapó de las manosy se estrelló en el suelo. Aunque lo volví a poner en su cajita gris,24

el olor pronto me delató. La tía Mónica hizo tal drama, que elresto de las mamás pusieron en práctica sus técnicas más eficacespara encontrar culpable. Los cintarazos que me dieron no fueronsuficientes para aliviar el desconsuelo de la ofendida.A la hora de dormir, Edgar, con sus desbordantes cinco años,tenía todavía el ánimo de jugar y gritar, y su hermana mayor lerogaba apenada que se callara. Tal vez en un intento de apaciguarel escozor, comencé a tocarme en silencio entre todos los primosdispersos en el suelo, llevado más por una experimentación naturalde mi cuerpo, que por una búsqueda de placer; entonces escuchégritar a mi hermano: “¡Amá, el Agustín sacó al pajarito de la jaula!”y como si hubiera estado esperando la señal, la hermana de Edgarañadió: “¡Y el Chegar también!”.Alguno de los adultos se asomó por la puerta y prendió la luz, y demanera impersonal, dijo, rascándose una ceja, “ya duérmanse, no esténde pelangochos”. Esa noche, más que la tunda del perfume, me dolióhasta diciembre la traición de mi hermano.El primer fin de semana de vacaciones, la privada de ÁlvaroObregón se llenó de adolescentes que salían de sus casas para buscarcon quién compartir la dicha de ser libres. No importaba dónde niqué, solo jugar a ser grandes, apenas conscientes del transcurso delreloj. Luego la semana se reducía a sábado-domingo, y al final deldomingo volvía a amanecer sábado.Fue jugando a los hoyitos en la banqueta de Maricruz, que medi cuenta de que de pronto todo tenía que ver con Rocío. Lascanciones las cantaba pensando en ella, sin importar cuál fuera, y elresto de las muchachas de repente se llenaron de errores y defectos.No había ninguna duda: ella era el amor de mi vida.Eso merecía planear una estrategia, por eso me propuse ignorarla.25

No le hablaría, evitaría reírme de sus chistes y haría todo lo posibleporque no me tocara con ella en la “nana de dos”, o en “la coladel diablo”; es más, ni siquiera voltearía a mirarla, hasta que en laprimera oportunidad, de noche, la suerte nos encontrara en algúnrincón jugando al bote volado. Mientras tanto, padecería en suhonor las ganas infinitas de acercarme a ella.Las posibilidades eran muchas, era solamente cuestión de tiempo.Al menos eso parecía lo más lógico, hasta que mi madre, mientrasservía el almuerzo, nos dijo la noticia:-¡Iremos al rancho! -dijo, como si ya no pudiera contenerse dedarnos la sorpresa.-¡No! -solté automáticamente ante la extrañeza de toda la familia.-¡Qué chido! -dijeron mis hermanos.-Se quiere quedar todas las vacaciones con Claudia, Gorda -dijo mipadre con un tono de burla apenas perceptible.-¡No es cierto! Es que siempre vamos al rancho -dije, suavizandola voz.-No te puedes quedar solo, Agustín, tu papá tiene que ir a trabajar-me interrumpió mi madre, pacientemente-. Nos vamos pasado mañana.Justo cuando las cosas se ponían mejor; cuando cada vez nos dabanpermiso hasta más tarde; cuando al fin parecía que viviéramosajenos al control autoritario de los adultos, el azar empezaba unacuenta regresiva para que yo corriera a esconderme en un lugardonde Rocío jamás podría encontrarme.¿Cómo se puede decidir algo cuando uno es solo un preadolescente?Esa etapa feliz en que somos demasiado pequeños para que se nostrate como adultos, pero bastante grandes para que se nos trate comoniños. Sobre todo si esa decisión contradice la voluntad de los padres.Les dijimos a los demás de nuestro viaje, y en general lo lamentaron,26

pero como el juego tenía que continuar, y al fin y al cabo se tratabaúnicamente de una semana, seguimos con nuestras actividades demanera totalmente normal.El lunes (y hasta la palabra lunes le restaba magia a nuestro entorno)despertamos en la madrugada para preparar maletas. Iríamos acasa del abuelo a encontrarnos con todos. Y a punto de salir de lacasa, estando en plena facultad de mi pubertad, lloré, grité, supliquéy advertí: “no quiero ir, me quedo”.No valieron promesas y amenazas de mis padres. “Te va a darmiedo estarte solo si me quedo hasta tarde en el trabajo”. “¿Quévas a comer?”. “Vamos a ir a las aguas termales”. Al verlos alejarse,mis hermanos me acusaban con una mirada de desaprobación.Yo era el más sorprendido, todos sabíamos bien que me hubieranpodido llevar por la fuerza de haber querido, pero el destino metenía preparada una sorpresa.Mi padre se fue a trabajar, y apenas avanzó la mañana, salía ver quiénes andaban en la calle. No vi a nadie. Quizá era unpoco temprano y me tocaría a mí juntarlos. Empecé por los treshermanos de Sonora, enfrente de mi casa. No estaban. Luego fuipor Fidel. “Fueron por Esperanza, mi’jo, a la sierra, regresan elviernes”. “Gracias”. Y en mi cabeza la palabra que era como unconjuro contra la magia del verano: lunes.Mari y Junior le ayudarían a su padre a cuidar los caballos todala semana. No importaba demasiado, era lo normal en estas fechas,unos salían, otros regresaban, pero en un intento de no perder lacalma, decidí ir a lo seguro: Fernando nunca se iba de vacaciones.En el barrio pensábamos que no tenía más familia que su madre.Le toqué por la ventana mientras gritaba su nombre, y tardóun rato en asomarse. Y cuando parecía que por fin se encendía27

una luz, ocurrió lo peor: le regalaron un Nintendo. “Pero me dijomi mamá que no metiera a nadie mientras ella no esté”. Parecíaimposible, como si Fernando no se hubiera sentado a la mesa de micasa cientos de veces, y yo no me hubiera metido a nadar en su pila,que no me invitara a pasar para estrenar junto con él.Acomodó la tele de manera que yo pudiera ver desde la ventana,y cuando sentimos hambre, Fernando hizo unas quesadillas y mepasó una por un agujero del mosquitero. Mientras Mario aplastabatortugas y champiñones, yo volteaba a la puerta de la que encualquier momento saldría Rocío. Pero tardaba mucho y me cansé.Así que volví a casa.Prendí la tele en el canal de las caricaturas, y estaba pendiente demi ventana por si ocurriera algo. Y mientras la tarde se ennegrecía, yno pasaba nada, mi padre regresó del trabajo. Cenamos en silenciomientras yo pensaba que ayer fue domingo, y antier sábado, peroahora volvía a ser lunes. Lunes.El martes me desperté lo más tarde que pude, sabía que eracuestión de tiempo, y la mejor forma de acortar el tiempo eradormir. Pero la calle siguió igual de vacía. ¿Dónde estaban Rocío ysus primas? ¿Por qué no venían a tocar a mi puerta? Pero entonces,dejar pasar el tiempo era perderlo. Como ellas no venían, yo salí ahacerme menso con un balón de fut, con el que jugué solo a lo largode la calle, haciendo dominadas, pases largos y tirando penaltis auna portería y un portero invisibles. Después fui a tocar a su puerta.Salió su abuela.-Hola, Soco, ¿van a salir a jugar las muchachas?-Se fueron con una tía, Agustín, van a pasar unos días allá. ¿Porqué no te fuiste al rancho con tu mamá?-No, es que me aburro.28

-Cuando vuelvan les digo que vayan a buscarte.-Gracias.Me encerré en casa, y tumbado en la cama

me es claro el misterio del otro y de lo que lo ha formado y nutrido. Mi experiencia, sobre todo en los talleres en Chihuahua, es la gran riqueza oral (lo cual resulta irónico tratándose de un pueblo sobre todo recio y lacónico) y la cercanía que guarda esta con el texto literario. De modo parecido al desierto o a la sierra, son paisajes y

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Chihuahua, Chih., miércoles 20 de diciembre de 2017. No. 101 Gobierno del Estado Libre y Soberano de Chihuahua TABLAS DE VALORES UNITARIOS DE SUELO Y CONSTRUCCIÓN PARA EL EJERCICIO FISCAL 2018 DEL MUNICIPIO DE: JIMÉNEZ Registrado como Artículo de segunda Clase de fecha 2 de Noviembre de 1927

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