Sus Amigos Disfrutan Finalmente De Las Vacaciones En La Ciu

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Esta colección de libros fue creada en La factoría de historias. Se trata de un esfuerzo colectivo de imaginación. Cadahistoria fue evolucionando hasta tomar su forma final enuna discusión abierta entre los escritores y los ilustradoresque participaron activamente y enriquecieron con sus visiones y su experiencia este proyecto.9 789929 679214Yasmin Sosaunas vacaciones de aventuraA Matías, como a muchos adolescentes, le cuesta concentrarse en clases y cumplir con sencillas tareas del hogar. Él ysus amigos disfrutan finalmente de las vacaciones en la ciudad de El Renacer adonde un extranjero misterioso se hamudado. Su rutina y apariencia despiertan la curiosidad delgrupo, pero Matías aprenderá que las apariencias engañan.Madurará muchísimo en muy poco tiempo, se esforzarácomo nunca antes y, más importante: el cariño de un extraño le ayudará a cumplir un sueño largo tiempo acariciado.Yasmin SosaIlustraciones de Paula Mazariegos

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IEra el primer sábado de las vacaciones de fin deaño. El gorjeo de los pájaros avisaba que ya eranlas seis de la mañana. En las calles y callejuelas secomenzaba a escuchar el bullicio de la gente. A lolejos, la bocina de una bicicleta anunciaba la llegadadel pan, y el mercado empezaba a llenarse de coloral abrir sus puertas las ventas de artesanías y comida típica.Matías despertó temprano. Sintió en el rostro los primeros rayos del sol de octubre.En la cabecera de su cama ya no estaba elreloj despertador. Lo había mandado a volar el día

8anterior. Decidió que el cuerpo le diría a qué horadebía levantarse.El muchacho se restregó los ojos, se estiró ydecidió quedarse otros cinco minutos entre las sábanas. Sentía muy rico el calor del sol. Luego de unrato se levantó. De la pared de enfrente colgaba unespejito en el que se miraba todos los días. Su peloera una maraña grasienta, pero decidió huirle a laregadera. Solo se lavó la cara y se pasó el peine porel pelo para acomodarlo.Salió de su cuarto. La puerta daba al corredor, como en muchas casas de pueblo. Poncho vinocorriendo a saludarlo. El chico se agachó y le acarició las orejas, y este le devolvió el saludo con un lengüetazo que le mojó toda la cara. En la cocina ya sesentía un rico aroma a café. Su tío Erasmo siempreles llevaba café de la finca donde trabajaba. «Es elmejor del mundo», decía. Matías sacó una taza delgabinete. El café ya hervía sobre la hornilla. Sintió

10en las manos el calor de la taza. Casi se quema loslabios con el primer sorbo.—¿Ya hiciste lo que te encargué? —le preguntó su mamá con voz calma.—¿Qué cosa? —respondió él haciendocomo que no sabía.—Sacar la basura.—¡Ah! Ya voy, mamá.Matías era hijo único y, como a la mayoríade los chicos de su edad, no le gustaba hacer laboresen casa, aunque lo obligaban. Su cuarto era siempre un desorden. También era un poco descuidadoen lo que a su aspecto se refería y no era muy buenestudiante. Bueno, no era ni bueno ni malo. Simplemente era. Nunca perdió una materia, pero susnotas tampoco eran las mejores. Las matemáticaseran su coco y, aunque a veces tenía un tutor, él prefería la ayuda de Claudia, su amiga de toda la viday muy habilidosa en lo que a números se refería.

11Fueran simples matemáticas o álgebra, la chica erauna genio.Pero si algo tenía Matías era determinaciónal momento de proponerse algo. Cuando una idease le metía en la cabeza, no había quien lo convenciera de lo contrario. Varios años atrás quiso que lecompraran una patineta. Le dijeron que tenía queganársela. Entonces ayudó en casa en todo lo quepudo: lavar los platos, tender la ropa, sacar la basura, barrer el patio Años más tarde, cuando estabaen cuarto año de primaria, quiso una bicicleta. Fueentonces cuando entendió aquello de lo que siemprehablaban sus papás: el ahorro. De lo que le daban adiario para comprar en la tienda del colegio, guardaba la mitad. A fin de año consiguió una buenacantidad y así logró comprarse una bicicleta en Navidad.Ahora, a sus dieciséis años, tenía otra idea enla cabeza. Pero no quería que nadie lo supiera. Era

12su secreto. Este año ayudó en la tienda de una tíaa atender a los clientes. Su tía le pagó una pequeñacantidad por su ayuda y Matías lo guardó todo. Yatenía algo ahorrado, pero aún le faltaba. Necesitabaaprovechar sus vacaciones. Claro, no todo sería trabajar, porque también era el tiempo para divertirsecon sus amigos. Pero si pudiera conseguir algo quele tomara algunas horas, no estaría nada mal.Dos cuadras más abajo, la carpintería dedon Julio abría sus puertas. Un chico alto y delgadoayudaba a su papá a colocar algunos muebles en elcorredor. Cofres, sillas, mesitas y otros muebles decoraban el ambiente.Güicho era amigo de Matías, cuya familia se dedicaba a la carpintería. Fabricaba mueblesrústicos y finos, como los quisiera el cliente. En lasvacaciones, Güicho les ayudaba a medir piezas, cortarlas y lijarlas. Se había vuelto muy bueno en el oficio y tenía pensado seguir con la actividad familiar

13cuando fuera grande. El ambiente tenía una mezclade olores cítricos porque las maderas tienen un olorpeculiar, dependiendo del tipo de árbol. A Güichole gustaba el olor a cedro, que era fuerte, casi picante, y de un sabor amargo. «Hay que sentir la madera», le decía su padre.Matías ya había hecho el intento de ayudaren la carpintería de su amigo, pero no había resultado. Cuando le pidieron que lijara una tabla, sehabía raspado los dedos de tal manera que tuvieronque llevarlo al hospital. Así que se dio cuenta de quelos trabajos manuales no eran lo suyo. Por el contrario, su amigo Güicho ya era muy diestro con lasherramientas y por eso le iba muy bien en la clase deArtes Industriales. Le gustaba armar cosas, lo quefuera, y todo le quedaba muy bien, fueran mesas,estantes o lámparas.Como era el primer día de vacaciones, losamigos acordaron juntarse por la tarde en el cam-

14po. Todos estaban ocupados en las mañanas, asíque tendrían las tardes para pasar un rato juntos.Claudia y su hermana Estela se preparabanpara sus clases. Todas las mañanas era lo mismo:se peleaban por usar primero el baño. Claudia eramuy práctica y se arreglaba en un rato, pero Estela no. Ella se tomaba su tiempo. «¿Cómo es quete toma dos horas arreglarte?», le decía Claudia, aquien le desesperaba eso.—¡Ya deja de medirme el tiempo. Ahora vasa decirme que hasta tienes cronometrado cuántome lleva arreglarme! —protestó su hermana.—Ciento veinte minutos, es decir, 7 200 segundos —le contestó Claudia.No es que Claudia fuera más inteligente quesu hermana, pero le encantaban las matemáticas.Desde pequeña le gustaban los números. Contabanúmeros en todo lo que veía: los autos que pasabanfrente a su casa, los letreros camino al colegio, sus

15zapatos, sus juguetes, todo. Cuando entró en el colegio ya sabía contar hasta mil y hacer sumas pequeñas. En clase siempre le pedían ayuda, sobre todoMatías.—Apúrate, que se nos hace tarde —le gritóClaudia a su hermana.—Ya voy. No me corras, que tenemos suficiente tiempo.Las hermanas aprovecharon las vacacionespara estudiar idiomas. Claudia estudiaba francésy Estela, inglés. La escuela de idiomas estaba en elcentro de la pequeña ciudad colonial de El Renacer,cabecera del departamento de Santa Faz, de la República de Izaltepeque. El Renacer se encontraba aunos pasos del pueblo donde vivían, Ayalagua. Ladistancia de este a la ciudad era de 2.5 kilómetros.Ya tenían calculado que recorrían un kilómetro(km) en 10 minutos a paso normal. Así que les tomaba 25 minutos llegar a la escuela.

17—¿Y si nos vamos en las bicis? Nos tomamenos tiempo —sugirió Estela.A las chicas les gustaba la bicicleta. Cuandono caminaban, andaban sobre ruedas. No les gustaba tomar el bus, pues preferían hacer ejercicio. Atodos lados iban en las bicis: al parque, al mercado,al colegio.Ya tenían calculada la velocidad promedioa la que andaban en bicicleta, unos 20 kilómetrospor hora (km/h).Querían saber cuántos minutos exactos harían en bicicleta de su casa a la escuela, de maneraque dividieron esos 20 km/h entre los 60 minutosque contiene una hora. El cociente obtenido fue de0.33 kilómetros por minuto (km/min), lo que significaba un tercio de kilómetro —o unos 333 metros— por minuto.—Recorremos un kilómetro cada tres minutos, y el camino es de 2.5 km —dijo Estela.

18—Nos tomará 7.5 minutos llegar —dijoClaudia luego de multiplicar rápidamente 2.5 por3—. Y ya que es algo tarde para irnos a pie, mejornos vamos en las bicis.Sacaron sus bicis del patio y se fueron. En elcamino se encontraron con Mario y Pepe, que lavaban la camioneta para llevar a su mamá al mercado. Doña Julia, la mamá de ellos, tenía un pequeñorestaurante de comida típica cerca de la iglesia. Loschicos la ayudaban con las compras.—¡Adiós, Mario y Pepe! ¡Nos vemos mástarde! —saludaron las hermanas.—¡Que les vaya bien! ¡Nos vemos al rato!

corredor. Cofres, sillas, mesitas y otros muebles de-coraban el ambiente. Güicho era amigo de Matías, cuya fami-lia se dedicaba a la carpintería. Fabricaba muebles rústicos y finos, como los quisiera el cliente. En l

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sus pasatiempos habituales, deportes o actividades favoritas; Las rutinas cotidianas: si come demasiado o deja de comer; si duerme demasiado o deja de dormir; La selección de amigos: si cambia de amigos, o si se junta con muchachos que se sabe que utilizan drogas; Su personalidad: si muestra mal humor, nerviosismo, agresividad o una

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